Por: Ruben Montedonico Rodríguez.
Culminó el pasado domingo la primera etapa de la cual surgieron, en una primera vuelta en octubre, las integraciones de las cámaras legislativas (Representantes y Senadores). El propio acto de octubre determinó dejar para una segunda instancia en noviembre (balotaje) la decisión, de nueva cuenta electoral, de quién ocuparía la Presidencia de la República, quién sería el vice sustituto que, además sería el senador 31, presidiría el cuerpo y la Asamblea General (conjunción de ambas ramas camarales).
De acuerdo con lo ocurrido en la primera vuelta, de donde se escogieron a aquellos dos candidatos con más posibilidades de acceder a la Presidencia, cuatro semanas después de la competencia inicial, se enfrentaron comicialmente Yamandú Orsi (del Frente Amplio) y Álvaro Delgado (de la Coalición oficialista de gobierno, a la que rebautizaron como Republicana). En este caso, coincido con el historiador y analista político Gerardo Caetano en el sentido de que el perdedor de la contienda jamás volvería a ser candidato presidencial: ganó Orsi y Delgado, “escudero” del actual presidente, perdió: siempre se lo consideró como una simple extensión de aquél, además de prometer en su campaña que repetiría la “obra” de su predecesor.
En verdad, a diferencia de anteriores comicios, a los de 2024 concurrieron las agrupaciones con sus 133 listas de candidatos (varias por cada partido, en muchos casos, de acuerdo con las recortadas leyes de lema) sin candidatos que fuesen a la vez conductores, líderes y caudillos políticos. Con el transcurso del tiempo los mismos fueron desapareciendo o prefirieron no postularse a ningún cargo. De allí surgieron estas dos candidaturas del balotaje: Delgado, como ya apunté, escogido por el presidente para representar la continuidad de la coalición de gobierno y al presidente (ejercería un gobierno un tanto teledirigido) y Orsi adoptado como candidato por el expresidente José Mujica que eligió hasta su coordinador-jefe de campaña. Con el triunfo de su escogido, el sector dominante dentro del Frente Amplio inspirado por el exmandatario pasó a contar con la mayoría de los legisladores electos por el partido, además de tener al presidente de la República y la posibilidad legal de nombrar el gabinete de ministros y buena parte de los directores de los Entes Autónomos y Servicios Descentralizados.
Una segunda etapa electoral se cumplirá en mayo de 2025 con las elecciones de cada circunscripción (departamentos) en que está dividido el país. Se trata de 19 comicios simultáneos en los cuales se escogerán en una sola vuelta las autoridades municipales: un intendente (con sus correspondientes suplentes) y un cuerpo de ediles como legislativo. Anticipo que los departamentos de Montevideo (asiento de la capital de la nación) y Canelones (con un área ligada a la capital) permanecerán siendo intendencias del Frente Amplio. Con este cierre de ciclo se puede presagiar que, pasadas las fiestas decembrinas y los primeros días del año nuevo, los habitantes de Uruguay serán objeto de nuevas campañas comiciales.
En resumidas cuentas, estos procesos electorales los podemos ver desde sus primeros aprontes en los últimos meses de 2023, extendidos por todo 2024 y finalizados en mayo de 2025; es decir, por un período de unos 19/20 meses: los períodos de gobierno son de cinco años a los que en el caso hay que descontarle la epidemia de la Covid 19, primero, y luego la sequía que afectó a un país agroganadero.
Durante los tiempos de campaña (para votar en octubre y hacer lo mismo en el balotaje), me obliga a reiterarme que se hizo notoria la falta de lucha ideológica sobre los principios y valores del sistema político y socioeconómico presente en voz de quien desde la oposición de centroizquierda representa el pensamiento mayoritario del Frente Amplio (FA). Dicha falta corresponde a una visión compartida y sostenida por la mayoría de su sector. Ese estilo en la campaña da idea de una percepción compartida por muchos de que “el FA cortó desde el pasado las poleas de trasmisión que lo ligaron con sus bases y pasó a ser una mutualidad cupular donde lo principal se debatió entre dirigentes, añadido a la escasez de una arquitectura clasista de la central sindical y un papel secundario de la universidad pública”.
Por parte del oficialismo, Delgado contribuyó a asegurar que los nacionalistas (o blancos), colorados y la ínfima fuerza que le quedó a los del Partido Independiente, se alinearan tras el actual postulado, en una especie como de reconocimiento a su constancia por el tiempo que estuvo públicamente ligado al equipo presidencial. Delgado y su entorno no aportaron electoralmente: se sumergieron en una campaña “fría y aburrida” y no tuvo arrestos para enfrentar la tibieza con que Orsi prosiguió luego del 27 de octubre, ni en un obligado debate cuando se comportó como docente explicando sus propuestas.
Si no se quería llegar a tocar temas delicados que hipotecaron ingratamente la credibilidad en el gobierno y las instituciones, es igualmente reprochable que el candidato y hasta su futuro ministro de Economía declaren no tener demasiados cambios que ofrecer acerca de lo que se viene haciendo. Es cierto que prometió que quien quiera jubilarse a los 60 años lo pueda hacer y que se deben aumentar las pasividades sumergidas; pero habló en defensa de los ahorros previsionales con aseguradoras privadas (AFAP, que pagarán miserias y se embolsarán ganancias de millones).
Es cierto que vivimos décadas sin dictaduras y que los partidos y el FA no son iguales a hace 40 años; pero hay cosas que no cambian: “contra el viejo Estado estamos en lucha. Pero esta contienda es tan exorbitante que no se puede encarar como esfuerzo individual de tal o cual jerarca: debe ser una lucha de toda la sociedad, participando, criticando, controlando”. “Y la sociedad no se moviliza sola. Es imprescindible la acción de denuncia, organización y propuesta que está en condiciones de hacer la fuerza política, nuestro Frente Amplio”. (Hugo Cores, recordado por Raúl Olivera)