(Por: Pedro Santander)
En esta batalla una cosa está clara: la contienda es desigual. Esa premisa hay que asumirla, analizarla, y en dicho marco estudiar y desarrollar nuestras tácticas.
Podemos conceptualizar esta desigual contienda como una asimetría estructural que en términos de fuerza hace que las posiciones al interior del campo comunicacional sean materialmente más favorables para los defensores del capital y del imperialismo que para nosotros. Como suele ocurrir, gracias a colusiones, cartelización y beneficios estatales se ha configurado una estructura concentrada y coordinada en sus diversas dimensiones, es decir, en lo digital, en lo analógico, en los medios tradicionales, en los electrónicos, etc.
Por ejemplo, Google, Amazon, FaceBook, Appel (GAFA), junto a Oath, Microsoft y Disney predominan en el entorno digital, son “los gigantes de la web”. En el ámbito informativo, Disney, Time Warner, News Corp, General Electric, Viacom y CBS controlan el 90% de los flujos noticiosos, y Hollywood el 90% de la industria cultural.
Esa es la condición material objetiva de la batalla comunicacional que es, como sabemos, parte de la batalla cultural. Pero no sería ésta, ni por lejos, la primera vez que las fuerzas revolucionarias enfrentamos escenarios a priori desventajosos. Por el contrario, ya Marx y Lenin lo vivieron, y en difíciles condiciones ambos desarrollaron una potente actividad mediático-comunicacional, centrada, sobre todo, en la creación de diarios y en una intensa producción de columnas, crónicas y editoriales que interpretaban la realidad y guiaban la acción. Ambos dirigentes, a pesar de las duras condiciones materiales que enfrentaban (relegación, cárcel, exilio, persecución, pobreza, etc.) nunca dudaron de la importancia de esta batalla. Lenin la consideró “una forma superior de agitación”. Lo mismo Gramsci quien ejerció a partir de 1910 activamente el periodismo; hasta antes de ser apresado por el fascismo escribió cerca de 1.700 artículos. También en América Latina, a principios del siglo 20 y bajo condiciones igualmente desvantajosas, no cesaron en su actividad periodística ni Carlos Mariátegui ni Luis Emilio Recabarren. Este último, entre detención, persecución y pobreza, fundó más de 15 periódicos a lo largo de Chile, convencido de que la clase obrera necesita de sus propios órganos de difusión para afrontar el combate político.
Como vemos, no es ésta la primera vez que libramos la batalla comunicacional bajo condiciones asimétricas. Por el contrario, podemos observar una continuidad en la lucha de 500 años que llevamos protagonizando desde que el español pisara esta tierra. En el Virreinato de Perú, por ejemplo, los más estrictos castigos, incluyendo azote y pena de muerte, estaban contemplados para los indios que tuvieran caballos, armas o…. que supieran leer o escribir (como lo sabía Tupac Amaru).
¿Qué implica esta asimetría estructural para nuestra lucha comunicacional?
En primer lugar, hay que entender que no podemos librar la batalla como si las condiciones fueran simétricas. Suena obvio, pero a menudo parece no serlo si observamos ciertas costumbres y rutinas en las iniciativas mediático-comunicacionales que se llevan a cabo desde nuestras filas. Considerar en serio las condiciones materiales en las cuales se libra la batalla implica evitar acciones repetitivas que podrían tener más sentido si la cancha fuese pareja.
Una de ellas es la estrategia del “reflejo – contrario” . Durante las dos décadas en que muchos países de nuestro continente fueron gobernados por fuerzas progresistas, estos gobiernos fueron (y son) duramente atacados en el plano comunicacional. En ese marco, hemos podido ver que se gastan grandes cantidades de energías y recursos en negar que somos y hacemos lo que los medios hegemónicos dicen que somos y hacemos. Es decir, si los medios hegemónicos dicen que “somos y hacemos X”, lo común suele ser que se reaccione desde nuestro campo contestando y demostrando que “no somos ni hacemos X”.
Esta desgastante dinámica es, en general, bastante inútil, poco eficaz y perversa ya que nos relega a ser la cara anversa de la agenda dominante. Ocurre entonces que todos, amigos y enemigos, hablan de “X”, los unos afirmando, los otros negando. De este modo, la matriz impuesta por el adversario se convierte y se consolida como centro referencial único. Y si algo ha demostrado la teoría medial es que una parte importante del poder político de los medios reside en su capacidad de “poner la agenda”. Por supuesto, muchas veces es necesario referirse y responder las matrices discursivas de la derecha, pero centrar nuestras estrategias fundamentalmente en este síndrome del reflejo contrario nos impide desarrollar nuestra propia agenda, a la vez que consolida la de ellos. Claro, es bastante más fácil ser contra-agenda reactiva que proponer una agenda activa propia. Esto último requiere mayor audacia, y, sobre todo, esfuerzo intelectual y creatividad político-comunicacional.
Una segunda característica de nuestras estrategias – relacionada con la anterior- y que también da cuenta de que no siempre se tiene conciencia de la asimetría estructural, es la cantidad de esfuerzos invertidos en nuestro campo en crear una profusión de emisores. Al día de hoy existen miles de emisoras comunitarias (radios y televisión) levantadas gracias al avance de los gobiernos progresistas en América Latina, pero muchas de ellas repiten la agenda oficial, no son contra-hegemónicas, a menudo tienen problemas para cubrir sus espacios con contenido propio, además, tienen mínimas audiencias, etc. Efectivamente, en las últimas décadas hemos podido observar un raudal de iniciativas en el polo de la producción de discursos, pero que no se han traducido necesariamente en impacto político-comunicacional.
Una tercera característica de nuestra batalla que vuelve poco eficiente la estrategia del reflejo contrario y a las voces que emiten desde nuestro campo, es la falta de articulación de la mayoría de las iniciativas mediático- comunicacionales. Es decir, a menudo observamos muchas voces nuestras instalando temas y tratando de levantar agenda, aunque sin coordinación entre sí. Sin embargo, considerando la asimetría, el único modo para que la batalla comunicacional sea efectiva debe ser mediante acciones de coordinación local, nacional e internacional. Por supuesto que esta coordinación no tiene que ser diaria, pero sí en los momentos cruciales y para gestionar acontecimientos significativos.
Esta coordinación es, necesariamente, un asunto orgánico-político, no sólo mediático. La derecha está claramente coordinada y articulada políticamente en el uso de sus dispositivos comunicacionales. La SIP, por ejemplo, que agrupa a los dueños de diarios y revistas de América Latina es un claro ejemplo de ello; Google está coordinado con el Departamento de Estado; los Estados capitalistas, a su vez, están coordinados para llevar a cabo una campaña contra la neutralidad en la red; los diarios de referencia, asimismo, están coludidos con las fundaciones y centros de estudios, y así suma y sigue.
No olvidar las audiencias
Pero a pesar de las debilidades señaladas en el marco de una asimetría estructural, hoy se dan varias condiciones que nos permiten maniobrar como lanchas rápidas frente a los buques corporativos. Mencionemos, en primer lugar, el creciente desprestigio que los medios tradicionales enfrentan en el mundo entero, y de lo cual dan cuentas estudios de opinión a lo largo de Occidente: se trata de un desprestigio con alcance global.