Mientras las elecciones roban atención mediática, la vida real va por otros caminos y lugares. Las elecciones enervan, emocionan y, con frecuencia, fanatizan, pero no han marcado un cambio fundamental en las situaciones duras e injustas que sufren las mayorías.
La vana ilusión de que el Presidente puede cambiarlo todo es, quizás, uno de los peores efectos de una propaganda que vende futuros en los que se funden imaginación y ficción, sin reparar nunca en costos, inversión, impuestos y normativas necesarios para construir un país digno e incluyente. Un ejemplo significativo ayuda a entender esto.
Todos sabemos que el feminicidio es un delito muy grave y que El Salvador está entre los países que registran mayor número de estos crímenes. Recientemente, siete periódicos del Grupo de Diarios América hicieron una investigación sobre homicidios y abusos de niñas en América Latina.
El resultado para El Salvador muestra que de casi 5 mil niñas abusadas entre 2013 y 2017, solamente se lograron 452 condenas; es decir, más de 4 mil abusos permanecen en la impunidad. Por otro lado, el Observatorio de la Violencia de Género contra las Mujeres, de Ormusa, registró 329 feminicidios entre enero y octubre de 2018, de los cuales 91 sucedieron en San Salvador.
La misma institución nos dice que entre enero y agosto del año pasado se presentaron 2,216 denuncias de abuso sexual contra menores de edad. Teniendo en cuenta ese contexto, hay que echar una mirada a los Juzgados Especializados de Instrucción para una Vida Libre de Violencia y Discriminación, que atienden los casos de abusos contra mujeres.
En 2018, uno de estos juzgados en San Salvador acumuló 724 expedientes penales de delitos contra la mujer y 189 de violencia intrafamiliar, además de150 expedientes de medidas de protección. La planilla de este juzgado está compuesta por una jueza, una secretaria, un notificador y tres colaboradores jurídicos.
La combinación de tan escaso personal y tan grande número de expedientes lleva a la impunidad en muchos casos, sin que ello se pueda atribuir al mal desempeño de la jueza y su equipo. Añade dificultades al trabajo del juzgado que muchos de estos casos requieran una actuación inmediata para prevenir la violencia.
Esa dura situación contrasta con el hecho de que en esta elección todos los candidatos hablaron de la necesidad de proteger a la mujer, de mejorar su situación, de defenderla de cualquier bárbaro machista que la ofenda.
El lenguaje es el correcto, pero va acompañado de inactividad y desconocimiento de la gravedad de la realidad. Problemas que requieren soluciones inmediatas son tratados, y no solo por los políticos, como asuntos que hay que ir resolviendo paulatinamente. Parece no haber reparo con reducir las violaciones contra menores poco a poco, aunque tome veinte años llevarlas al mínimo posible.
Podemos emocionarnos con el voto y repetir expresiones rimbombantes como “fiesta cívica”, “cultura democrática” o “fidelidad a la voluntad del pueblo”, pero la realidad muestra que detrás de la palabrería electoral hay actitudes profundamente hipócritas. Se dibuja un futuro promisorio sin considerar ni tener las estructuras sociales y económicas necesarias para construirlo. Al final, la ambición de poder puede más que la ética.
Y así, aunque los candidatos tengan buena voluntad, solo hay avances mínimos y una gran mayoría de la población continúa golpeada, en situación vulnerable o en pobreza. El desencanto con la política tiene mucho que ver con esta incapacidad de los políticos de plantear soluciones a los problemas nacionales. Las cosas no caminarán en El Salvador mientras ellos no sientan el dolor de la gente y se exijan y exijan solidaridad y acciones ante ese dolor.
Sin solidaridad y sin acciones decididas, seguirá habiendo niñas y niños abusados, una buena proporción del pueblo seguirá en la pobreza, continuará creciendo sistemáticamente el número de ancianos sin pensión o de enfermos sin medicina, y seguirá vigente el bajo nivel educativo.
El hecho de que ningún candidato se haya atrevido a anunciar una reforma fiscal que grave con mayor fuerza a los que tienen más es un claro indicador de que nos esperan años difíciles, pues no habrá futuro digno sin una reforma fiscal integral y progresiva. (Editorial UCA)